Me encanta salir de Bogotá, salir fuera de esta descuadriculada ciudad, de esta Scorpio City de Mario Mendoza, cambiar de contexto geográfico, cambiar por unos instantes el punto de referencia de siempre, cambiar por unos momentos estar en el centro, del mundo.
El mes pasado viajé cuatro veces a Villavicencio, ciudad maravillosa, la Puerta al Llano, la entrada al llano grande colombiano. Viajar por carretera es genial, desde que se sale de Bogotá por el sur solo se ve verde, montes y montañas y árboles y prados llenos de verde, de un olor a campo inconfundible, magnífico, de esa grandeza verde que solo tiene la naturaleza por estos parajes, que solo tiene esta Colombia.
Ese delicioso aire húmedo y sofocante que comienza a sentirse al ir bajando la zigzagueante carretera saliento de la meseta, ese delicado y sabroso cambio de clima y de ambiente, dejando atrás aquel triste, gris y desdeñozo frio de la Capital, de la odiosa rutina semanal. Bajando y bajando a través de las montañas, cruzando túneles y puentes sobre rios caudalosos, disfrutando de bosques tupidos, de flores, de una fauna generosa, boyante, casi infinita hasta donde ven los ojos, hasta donde puede sentir el espíritu. Las bocanadas de aire caliente que entran por la ventana del carro
Después de casi dos horas de recorrido cruzamos el puente de Buenavista. El sonido del aire caliente dentro de ese largo tubo de concreto es inolvidable: ya se siente el olor a ganado, a pasto domado por bestias, a Llano, a Llano, a Llano Grande. Bienvenidos a Villavicencio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario