¿Asistimos al declive del sistema Occidental?
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Contra todos los pronósticos, Donald Trump se corona Presidente de EE.UU. |
Los medios siguen haciendo ruido, ahora preguntándose qué fue lo que sucedió, buscando con su mismo caótico discurso, reverberado de análisis y proyecciones inútiles que este año han fallado todas, ¡cómo es que se llegó a esto!
Sandra Borda dijo que este ha sido el peor año para los politólogos, y con razón. Aunque yo agregaría a la benévola lista también a los periodistas, análistas de escritorio y hasta a ciertos futurólogos radiales de la Nueva Era; todos erraron el pronóstico y se ajustaron al más cómodo, al más evidente. Pero a veces las cosas del mundo no son tan evidentes y, justo en tiempos donde el caos y el desorden cabalgan con total impunidad,
hacen falta verdaderos espíritus clarividentes que nos susurren nuevos motivos para calmar los nervios. ¿Y dónde están? De seguro en muchas partes, en las esquinas donde nadie observa, apenas asomados en las buhardillas silenciosas de sus habitaciones, en medio de torres de libros y gabinetes anónimos desde donde se escribe el mundo del futuro.
Ganó Trump y punto. Ya hay suficientes lamentaciones en internet, y de sobra para el que quiera buscar. Cientos de análisis ya se han hecho después del pasado martes, intentando explicar lo que consideran una catástrofe. Y todos se han volcado a cifras, a un electorado que rumiaba en silencio un resentimiento tácito contra ocho años de un Presidente negro; al abandono de una población obrera, pobre y blanca, que después de la crisis de 2008 no había podido recuperarse; a un Establecimiento cada vez más despreocupado por la agenda doméstica y más concentrado en su política internacional y en los intereses de los Lobys; etc.
Pero, ¿qué es lo que está pasando en el mundo? Lo político parecer ser sólo una arista de algo más gigante, más profundo y más grave. Se trata de un problema estructural de todo el sistema, existen hondas fisuras que antes nadie veía o no quería ver. En medio de este caos planetario, donde parece que se alteró el orden del Universo, la lucidez es un síntoma de esa misma alteración.
Estados Unidos era hace un par de décadas conocido como la economía modelo, la familia modelo, la cultura modelo, la Democracia modelo, en suma, el País Arquetipo. Todos creiamos casi religiosamente en el Sueño Americano que comprabamos tan gratuitamente en las series de televisión que nos traía su gran industria del entretenimiento, y en su aparato gigantesco y omnímodo de medios de prensa. Creíamos en un modelo, en SU modelo, que a la postre era el modelo que el resto del mundo, gustásenos o no, queriamos emular de alguna manera. Admiramos su industria, su ciencia, su cine, sus cohetes y aviones stealth, sus hamburguesas y restaurantes con su cartel "hágalo usted mismo". Elogiamos su hedonismo desproporcionado, sus grandes casas, su lujo, de consumismo y sus actrices porno.
Pues hoy ese modelo parece que está entrando en obsolencia. Trump parece ser la demostración última de un sistema en sus últimos momentos de agonía, tirando vanos intentos por perpetuarse, cuando ha llegado a su declinación. Que la que
Tocqueville consideró la democracia más avanzada del mundo, esté a partir del 20 de enero de 2017 en manos, no sólo de un
outsider sino de alguien con un cerebro peligroso, es un hecho profundamente sintomático. Pero hay que ver más allá.
Numerosos pensadores competentes han razonado sobre el fin del mundo como lo conocemos.
Oswald Spengler, historiador alemán, en su provocadora obra
El hombre y su Técnica, nos advierte con un pensamiento de acero:
Existe al fin una diferencia natural de rango entre los hombres que han nacido para mandar y los hombres que han nacido para servir, entre los dirigentes y los dirigidos de la vida. Esa diferencia de rango existe absolutamente; y en las épocas y en los pueblos sanos es reconocida involuntariamente por todo el mundo como un hecho, aun cuando en los siglos de decadencia la mayoría se esfuerce por negarla o no verla. Pero justamente ese contínuo hablar de la “igualdad natural entre todos”, demuestra un esfuerzo que se encamina a probar la no existencia de esa diferenciación.
y precisamente, nos encontramos en una época donde esa diferencia está diluida, la frontera entre esos dos estados se desdibuja cada vez más. Todo parece empezar a nivelarse desde abajo, desde la masa, se trata de ponerlo todo al nivel del menos dotado.
El pragmatismo, que en otros tiempos conformaba una corriente de pensamiento poderosa, que ayudó a forjar ese gran imperio norteamericano, hoy ha degenerado en una espantosa superficialidad que permea todos los centros: arte, política, religión, cultura, literatura. Ya no se reconoce una autoridad en casi ningún aspecto de la sociedad. Y por supuesto no se trata de un fenómeno exclusivo de los Estados Unidos, lo estamos viendo en prácticamente todos los puntos cardinales del globo:
Brexit, la victoria del NO en el Proceso de Paz de Colombia, la desastroza
elección de Bob Dylan como premio Nobel de las Letras. Hay una franca alteración del orden natural, y ello es un síntoma nada alentador.
Ver más allá, ver en los detalles. ¿Tal vez ahí están las respuestas?
Por lo pronto lo único seguro que tenemos es que Donald Trump es el Presidente número 45 de Estados Unidos, y que lo logró contra todos los pronósticos. Ese es el escenario y la parte que vemos todos y la que nos provoca incertidumbre, angustia y hasta irritación, con un país del norte profundamente dividido, y en numerosas y crueles paradojas como telón de fondo. Pero, ¿qué hay trás ese telón de fondo? Y no se trata de poderosos lobys ni grupos secretos o absurdas e ingeniosas teorías de conspiración. Estamos seguros que hay algo detrás, algo más; hay una intuición de un problema secreto que se nos escapa de las manos como un jabón húmedo en la bañera, pero el jabón está ahí y debemos asirlo para comprender, al menos ya lo vemos, lo entrevemos, y eso en sí ya es una esperanza.
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