Mis padres nos educaron a través de ciertas creencias de corte absolutista y anarquista. Mis abuelas vinieron a nuestro auxilio y nos guiaron por el sendero del Catolicismo, la creencia en Jesús como nuestro único Salvador, y del sucesor del Apostol Pedro, y que Dios tenía su sucursal en Roma.
De niños aprendimos a desechar la idea de las Iglesias Cristianas Evangélicas como un proyecto volátil y caprichoso, diseñado por gentes de doble intención, o más bien, con la única intención de hacer dinero a merced de Dios y del nombre de Jesús. Pensamos que cuando el Maestro nos dijo "mercaderes de la fe" se refería a ellos. Las llamamos con gran sorna iglesias de bodega y nos enorgullecíamos de nuestra inteligentísima ironía.
Juzgabamos y ni siquiera nos dabamos cuenta de lo obvio "¿Y por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no te das cuenta de la viga que está en tu propio ojo? Mateo 7:3" dijo el Maestro.
Alguna vez hicimos guiños con este protestantismo a la colombiana, pero siempre con otra intención, y sobre todo con mucha prevención, recelo y prejuicio. También con mucho análisis y raciocinio llegabamos a la conclusión obvia: mercaderes de la fe, apóstatas, fariseos, doctores de la ley...
Un día un ángel me llevó a su parcela de adoración, pero aún subsistía el prejuicio en mi. Después de tanto tiempo, las viejas y usadas ideas de juez se desempolvaban. Seguí yendo. Y seguí yendo por amor, y me quedé por amor. El amor detrás del amor.
"Me postraré hacia tu santo templo, y daré gracias a tu nombre por tu misericordia y tu fidelidad..." Slms 138:2 |
Dios tiene maneras muy extrañas de manifestarse, en el río del tiempo; y en esa búsqueda esencial de una dimensión espiritual, aparece de repente un montículo aparentemente sencillo, pero insospechadamente inmenso, un filón inagotable de oro espiritual. Una inmensa mina donde encontré, y sigo encontrando, la consciencia en Dios a través de Jesús, a través de la Palabra, y a través de la Alabanza.
Nunca creí caerme y me caí; nunca creí quebrantarme y me quebranté; nunca creí bautizarme (¿de nuevo?) y me bauticé; nunca creí conocer al Espíritu Santo y lo conocí; nunca creí postrarme y me postré.
Nunca antes había creído tanto en Dios como ahora, por lo menos no de esta manera. Ahora puedo decir que me congrego felizmente en un pequeño pedazo de cielo al sur de Bogotá, porque las cosas de Dios son así, sencillas, sin ser excesivamente ruidosas ni grandilocuentes; pero por lo mismo concretas y contundentes. Pues es una preparación constante y silenciosa "así como el relámpago sale del oriente y resplandece hasta el occidente" para predicar el Evangelio a todas las Naciones tal y como está escrito.
De este modo Dios me dice que hay algo grande en algún punto en el futuro. No te desanimes, martilla algo en el corazón.
Y en ti espero... mi buen Dios.
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