viernes, 24 de febrero de 2017

El Tofet de Cartago

Hasta el siglo XIX, lo que se sabía de la antigua Cartago era más fruto de la lectura de los autores clásicos y del mito que de la realidad arqueológica. Tras la tercera guerra púnica (149-146 a.C.), las tropas romanas bajo el mando de Escipión Emiliano habían arrasado la ciudad hasta sus cimientos, así que los estudiosos de la Antigüedad no confiaban en que el subsuelo de la metrópolis norteafricana pudiese ofrecer importantes hallazgos.

Pese a ello, una serie de arqueólogos aficionados indagaron en las ruinas cartaginesas y hallaron restos de vías, de estructuras domésticas y obras de ingeniería, correspondientes a la colonia romana fundada sobre la capital púnica en el siglo I a.C., así como inscripciones, esculturas y mosaicos de la misma época. En cambio, de la urbe fenicio-púnica tan sólo se localizaron unas necrópolis que excavó un religioso, el padre Louis-Alfred Delattre.


En 1921, el panorama de la investigación de la Cartago prerromana se transformó repentinamente, cuando un saqueador de tumbas árabe ofreció a un funcionario francés, Paul Gielly, una rara estela grabada con símbolos de la diosa púnica Tanit. Gielly se apresuró a comunicárselo a un compatriota, François Icard, jefe de la policía de Túnez y a la vez coleccionista y buen conocedor del mercado negro de antigüedades, quien quiso saber de dónde procedía tan interesante pieza. 

Burlado en primera instancia por el árabe, que le indicó un lugar erróneo donde excavar, Icard lo puso bajo vigilancia y una noche lo sorprendió in fraganti extrayendo diversas estelas votivas de un pozo que había cavado en unos terrenos situados a pocos metros del antiguo puerto, entre las actuales rue Hannibal y rue des Suffètes. Así, por un azar del destino, se descubrió el santuario de Tanit o Tofet.


El tofet de Cartago, también llamado tofet de Salambó, es una antigua área sagrada dedicada a las deidades fenicias Tanit y Baal, ubicada en el barrio cartaginés de Salambó, cerca de los puertos púnicos. Data de entre los siglos VII y II a. C., y alberga restos que en un 90% corresponden a niños cuya edad oscila entre recién nacidos y tres años. El otro diez por ciento son cabras y ovejas, animales también empleados como ofrenda. En las estelas de piedra, de carácter votivo, aparecen los nombres de Tanit y Baal como destinatarios de los sacrificios. En 1921, se descubrió una estela que representa a un sacerdote con un sombrero propio de su cargo y sosteniendo a un niño en brazos.

Sabemos que los tofets cartagineses son áreas sagradas donde se enterraron los restos calcinados de niños, conservados en urnas y al pie de unas estelas conmemorativas. El tofet de la ciudad de Cartago es el más conocido, pero esta práctica también se adoptó en las antiguas colonias fenicias que se anexionó Cartago: Sicilia, Cerdeña y Malta. ¿Sacrificaron los cartagineses a sus niños o los tofets simplemente eran cementerios para niños que murieron de forma prematura?

Cada vez está más claro que las historias sobre el sacrificio de niños cartagineses son verdaderas. Los griegos y romanos así lo aseguran y esta creencia formó parte de la historia popular de Cartago en los siglos XVIII y XIX. Niños y niñas que apenas contaban unas semanas de vida fueron sacrificados por los cartagineses en los tofets. Las inscripciones sobre las losas de las tumbas eran dedicatorias de los padres a los dioses que finalizaban con el ruego de ser escuchados y bendecidos.


Referencias de estos sacrificios ...

Los romanos hicieron recaer sobre los cartagineses graves acusaciones. Existen numerosos testimonios que hablan de cómo en momentos de especial peligro sacrificaban niños a los dioses quemándolos vivos, creyendo asegurar así la protección divina. En la Biblia aparece la misma acusación contra los vecinos idólatras, que sacrificaban a sus hijos. El lugar destinado a estos sacrificios era denominado tofet.
  • Y han edificado los lugares altos del Tofet, que está en el valle del hijo de Hinom, para quemar al fuego a sus hijos y a sus hijas, cosa que Yo (Yahvé) no les mandé, ni subió en mi corazón. Por tanto, he aquí vendrán días, ha dicho Yahvé, en que no se diga más Tofet, ni valle del hijo de Hinom, sino Valle de la Matanza; y serán enterrados en Tofet, por no haber lugar. (Jeremías, 7, 31-32)
Los textos fenicios antiguos hacen mención del sacrificio. Hay un documento en Ugarit que habla con toda claridad del ofrecimiento para invocar la protección de Baal y obtener la victoria. Filón de Biblos y Eusebio de Cesarea nos han dejado el testimonio de cómo los fenicios importantes sacrificaban a sus hijos, y según Justino fue la legendaria reina Dido quien inició el rito. Diodoro Sículo describe una de estas ceremonias en las que el sacerdote degollaba a un niño que se colocaba sobre los brazos de una estatua de bronce. Después se le arrojaba al fuego en presencia de su familia.

Era frecuente entre los generales ofrecer esta clase de sacrificios en momentos cruciales para Cartago. En el 310 a. C., sitiados por Agatocles de Siracusa, los cartagineses sacrificaron a 500 hijos de familias ilustres, por considerar que la ofrenda tendría más valor que la de simples esclavos. Tertuliano denunciaba que aún durante el siglo II continuaba en secreto esta práctica pese a todas las prohibiciones de los emperadores.
  • Pongo por testigos a los soldados de mi padre que ejecutaron esas órdenes de los procónsules romanos. Los propios padres acudían a ofrecer sus hijos, y lo hacían gustosos; los acariciaban para impedir que llorasen en el momento de ser sacrificados. (Tertuliano)
Porfirio de Tiro, De la abstinencia, II, 56, 1:
  • Los fenicios, en caso de grandes calamidades como las guerras, las epidemias o las sequías, sacrificaban a una víctima tomada de entre los seres que más apreciaban y que designaban por votación como víctima ofrecida a Cronos.
Plutarco, De la superstición, XIII:
  • Es en plena consciencia y conocimiento que los cartagineses ofrecían a sus hijos y quienes no los tenían los compraban de los pobres como a los corderos o aves, mientras que la madre estaba de pie sin lágrimas ni lamentos. Si ella se lamentaba o lloraba, perdería el precio de la venta y el niño no dejaba de ser sacrificado; sin embargo, todo el espacio delante de la estatua era llenado del sonido de las flautas y de los tambores a fin de que no se pudieran escuchar los gritos.
Tertuliano, Apologética, IX, 2-3:
  • Los niños eran sacrificados públicamente a Saturno, en África, hasta el proconsulado de Tiberio, quien hizo exponer a los propios sacerdotes de ese dios, atados vivos a los árboles de su templo, que cubrían los crímenes de su sombra: Juro por mi padre, quien, como soldado, ejecutó esta orden del procónsul. Pero, aún hoy en día, ese sacrificio criminal sigue en secreto.

En territorio español no se ha encontrado ningún tofet fenicio, aunque hay indicios de alguna clase de práctica de sacrificios humanos. En Cádiz hay un grupo de enterramientos de niños de hasta diez años cuyos cráneos evidencian haber sido golpeados violentamente. Esto seguramente guarda relación con las reformas de César en las bárbaras costumbres gaditanas, y con una primitiva forma de sacrificio infantil recogido en los textos de Ugarit: el aplastamiento con maza, el arma simbólica que debía emplear el dios invocado para aplastar al enemigo.

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