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| Jaime Garzón Forero |
lunes, 24 de octubre de 2016
Homenaje en el natalicio de Jaime Garzón
ESCRITO POR
Alejandro
Escribir literatura y poesía es una forma de encontrarse a uno mismo, de reencontrarse. Es un modo de pactar en silencio y en secreto con los dioses y las musas. Haciendolo desde esta comarca que sueña con ser un día Imperio.
¿Donald Trump ganará la presidencia de Estados Unidos?
ESCRITO POR
Alejandro
Escribir literatura y poesía es una forma de encontrarse a uno mismo, de reencontrarse. Es un modo de pactar en silencio y en secreto con los dioses y las musas. Haciendolo desde esta comarca que sueña con ser un día Imperio.
sábado, 22 de octubre de 2016
Qué ocurrirá mañana: Hades
¿Qué ocurrirá mañana?
Que Sera Demain?, Hàdes (1931)Copia y pega el link en tu navegador para leer online o descargar Qué Ocurrirá Mañana, de Hàdes:
ESCRITO POR
Alejandro
Escribir literatura y poesía es una forma de encontrarse a uno mismo, de reencontrarse. Es un modo de pactar en silencio y en secreto con los dioses y las musas. Haciendolo desde esta comarca que sueña con ser un día Imperio.
miércoles, 19 de octubre de 2016
Deutsches Requiem: Jorge Luis Borges
Deutsches Requiem
[1] Es significativa la omisión del antepasado más ilustre del narrador, el teólogo y hebraísta Johannes Forkel (1799-1846), que aplicó la dialéctica de Hegel a la cristología y cuya versión literal de algunos de los Libros Apócrifos mereció la censura de Hengstenberg y la aprobación de Thilo y Geseminus. (Nota del editor.)
[2] Otras naciones viven con inocencia, en sí y para sí como los minerales o los meteoros; Alemania es el espejo universal que a todas recibe, la conciencia del mundo (das Weltbewusstsein). Goethe es el prototipo de esa comprensión ecuménica. No lo censuro, pero no veo en él al hombre fáustico de la tesis de Spengler.
[3] Se murmulla que las consecuencias de esa herida fueron muy graves. (Nota del editor.)
[4] Ha sido inevitable, aquí, omitir algunas líneas. (Nota del editor.)
[5] Ni en los archivos ni en la obra de Soergel figura el nombre de Jerusalem. Tampoco lo registran las historias de la literatura alemana. No creo, sin embargo, que se trate de un personaje falso. Por orden de Otto Dietrich zur Linde fueron torturados en Tarnowitz muchos intelectuales judíos, entre ellos la pianista Emma Rosenzweig. “David Jerusalem” es tal vez un símbolo de varios indivíduos. Nos dicen que murió al primero de marzo de 1943; el primero de marzo de 1939, el narrador fue herido en Tilsit. (Nota del editor.)
ESCRITO POR
Alejandro
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La Raza que nos Suplantará: Edward Bulwer Lytton
La raza futura.
The Coming Race, Edward Bulwer Lytton (1803-1873)Copia y pega el link en tu navegador para leer online o descargar La raza futura, de Edward Bulwer-Lytton:
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Alejandro
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martes, 18 de octubre de 2016
Y de pronto la vio...
En este punto se detuvo su recuerdo pues del acordeón, la niña rubia cruzó la puerta y se bajó. Sólo entonces cayó en la cuenta que la angustia no habia cambiado.
ESCRITO POR
Alejandro
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lunes, 17 de octubre de 2016
El Oscuro Hermano Gemelo
EL OSCURO HERMANO GEMELO
Los románticos abolieron todas
las dicotomías. Vida, destino, luz, sombra, sueño, vigilia, cuerpo y escritura
significaron para ellos sólo fragmentos de un universo difuso, impreciso, pero,
a fin de cuentas, indivisible. La exaltación del cuerpo y el incendio del
espíritu fueron sus mayores afanes. El poeta romántico se concibió como su
propio espacio de observación y campo de batalla. Mann recogió en aquel relato
de 1903 uno de los ideales de la época: concebir la ética como una estética,
alejar por entero al espíritu de toda vulgaridad terrenal. El simbolismo es una
rama tardía del romanticismo, por lo menos de una de sus tendencias. Tonio
Kröger es un escritor de extracción burguesa; lo enorgullece vivir
exclusivamente para el espíritu, lo que significa un rechazo del mundo. Cumple
su destino con la mala conciencia de un burgués a quien avergüenza la
mediocridad de su medio. Por eso su ascesis se realiza con un rigor casi
inhumano. Al final de la novela, después de algunas experiencias que lo ponen
en relación con la vida, Kröger le revela a su confidente, una pintora rusa, la
conclusión a la que llega: «Vosotros los artistas me llamáis un burgués,
mientras los burgueses cuando me encuentran sienten la tentación de arrestarme.
No sé cuál de ambas actitudes me ofende más. Los burgueses son tontos, lo
admito; pero vosotros, los adoradores de la estética, que me tildáis de
flemático y desprovisto de sentimientos y recuerdos, deberíais reflexionar un
poco sobre la posibilidad de que exista una manera de ser artista tan profunda,
tan fatalmente congénita, que ningún anhelo ni recuerdo le podría parecer más
dulce y más digno de ambicionarse que las delicias de la Vulgaridad. Admiro a
los orgullosos y a los gélidos que se aventuran en las sendas de la etérea
belleza y menosprecian al “hombre”, pero no los envidio. Pues si algo es capaz
de transformar a un mero literato en un poeta es este amor mío a todo lo
humano, lo vivo y lo cotidiano. Todo calor, toda bondad, toda fuerza nace de este
amor a lo humano». Hasta aquí Tonio Kröger, escritor alemán.
Puedo imaginarme a un diplomático
que fuese también un novelista. Lo situaría en Praga, una ciudad maravillosa,
ya se sabe. Acaba de pasar unas vacaciones largas en Madeira y asiste a una
cena en la Embajada de Portugal. La mesa es de una elegancia perfecta. A la
derecha del escritor se sienta una anciana dama, la esposa del embajador de un
país escandinavo, a su izquierda, la esposa de un funcionario de la Embajada de
Albania. El tono de la embajadora es autoritario y decidido; habla para ser
escuchada en todo el sector de la mesa que queda a su alcance. El escritor
comenta que le ha ganado dos meses al invierno, que recién llega de Madeira.
Pero apenas ha empezado a hablar cuando ella le arrebata la palabra para decir
que los mejores años de su juventud los pasó precisamente allí, en Funchal.
Comenzó el discurso no por los jardines de la ciudad, ni la belleza de las
montañas, el paisaje marítimo, la bondad del clima, o las virtudes y defectos
de sus pobladores, sino por la hotelería. Afirmó que el turismo en Madeira fue
siempre muy exclusivo y como ejemplo de distinción comentó que en el Reads
servían el té con unos bocadillos de pan oscuro con una capa de mantequilla y
rebanadas de pepino, como era lo verdaderamente chic en el siglo pasado; habló
largamente de su estancia en aquellos parajes donde vivió durante la guerra;
dijo que su padre había sido siempre un hombre previsor, de manera que cuando
el conflicto pareció inevitable decidió trasladarse con su familia a Portugal,
primero a Lisboa y después a Madeira, donde se instalaron en firme.
—Me acerqué a las tumbonas donde
reposaban los jóvenes —prosiguió— y uno de ellos, Arthur, levantó con rapidez
el brazo parcialmente enyesado y con la mano libre se asió de mi gran hebilla
de porcelana color ladrillo y me atrajo hacia él; gemía y jadeaba, el dolor del
esfuerzo debía de ser tremendo. «Un súbito rapto de pasión amorosa», comentó
más tarde mi madre, que era muy sagaz. Puede que lo haya sido, pero yo pienso
que esa pobre y maltrecha criatura se había alegrado de ver frente a él a una
mujercita impecablemente vestida, envuelta en telas de hermosos colores, ya que
ante sus ojos siempre tenía a su madre y a su hermana, la enfermera no cuenta,
quienes se presentaban allí y en todas partes vestidas como presidiarias, y, eso,
se lo puedo decir, era casi un delito en Funchal, cuya elegancia rivalizaba con
la del propio Estoril. ¡Qué salones, qué terrazas, qué maravillosos
gardenparties! Mi mayor entretenimiento en las fiestas era adivinar las firmas.
¿Por quién viene vestida la princesa Ratibor?, ¡por Schiaparelli!, ¿y la
sobrina del general Sikorski?, ¡por Grès!, y eso la convertía en una escultura
griega. ¿Y la riquísima Mrs. Sasseson? ¡Nada menos que por Lelong! ¡Sí, señor,
por el propio Lucien Lelong! Mi madre y yo nos dedicábamos a detectar en esas
fiestas cuál era un Balmain, un Patou, o un Lanvin auténticos, y cuáles las
copias confeccionadas por las prodigiosas costureras de la isla. Se vivían
momentos de esplendor. Era necesario tener el Gotha al alcance de la mano para
no correr altos riesgos; con los títulos centroeuropeos y los balcánicos una
podía desbarrancarse a cada paso. De las muchas heridas de Arthur la única
verdaderamente grave era la de la rodilla; la tenía hecha trizas debido a una
explosión de dinamita. Por eso el pobre aún ahora camina como camina y no a
causa de una ciática como a él le gustaría hacer creer, menos aún por ataques
de gota como ha propagado la doctora finlandesa. Sí, Arthur se enamoró de mi
hebilla, le encantaba el color; me pidió que la llevara puesta con cualquiera
de mis vestidos. Le parecerá poca modestia de mi parte, pero la hebilla de mi
cinto lo hizo volver a caminar; comenzó a levantarse; claro, se caía casi
siempre, aullaba de dolor; le gritábamos entre aplausos que nada se podía
aprender sin sufrimiento. Y ya lo ve, ¡como un potrillo! De no ser por mí tal
vez seguiría aún postrado en su tumbona.Los anfitriones se pusieron de pie; los veintidós invitados hicieron lo mismo y se desplazaron lentamente hacia el salón a tomar café y licores y fumar a sus anchas. El escritor se acercó, no sin cierta morbosidad, al marido de la mujer a quien había escuchado durante toda la cena, un anciano que parecía hecho de nudos mal colocados sobre los huesos, un rostro compuesto de fosas y prominencias arbitrariamente colocadas, un ojo postizo de porcelana capaz de alterar al interlocutor más flemático, y una pierna carente de movimiento. Se expresaba con una vehemencia semejante a la de su mujer ante dos funcionarios de la Embajada portuguesa, quienes lo oían con resignación, sobre los preparativos para la próxima cacería de jabalíes salvajes que tendría lugar en los Tatras, a la que sólo asistirían seis o siete cazadores muy expertos. Advirtió que por primera vez lo veía con ese ojo falso; siempre lo había tenido cubierto con un parche negro. Al escritor le sorprendió que aquel viejo decrépito, tuerto y casi paralítico aguardara con tan absurdo entusiasmo aquel acontecimiento. Tan pronto como pudo lo interrumpió para comentarle que acababa de pasar sus vacaciones en Madeira, y que había aprovechado ese tiempo para descansar y leer y no se atrevió a añadir «escribir» porque la mirada aporcelanada del ojo falso y el brillo de perplejidad que surgió del otro, el verdadero, se transformó al instante en un horror sombrío que rozaba casi la demencia. Los empleados de la Embajada aprovecharon la ocasión para escurrirse e ir a atender a algún otro huésped solitario.
posteriores comentarios del marido. Le parecía haber escuchado dos versiones de
una misma situación altamente dramática sin haber entendido gran cosa de ella,
ni siquiera en qué consistía el drama. Y era ése, precisamente, el elemento
excitante para crear una trama, para comenzar a inventarla. Los enigmas eran
varios: una explosión de dinamita que tiene lugar en un barco, la absurda
explicación de querer volar un arrecife para mejorar la vista de una casa en
donde nadie se interesaba por la estética, la relación de la pareja, la
hebilla, los cintos, la frialdad de la mujer en esa parte del relato y, en
cambio, la emoción casi enloquecida con que describía chifones y sedas y
brocados. Unos días más tarde, comentó con algunos colegas la extrañeza que le
había producido el trato con la pareja. Se enteró de que la anterior doctora
finlandesa comentó alguna vez que la embajadora había sido sastra en su
juventud, una mujer a quien le bastaba ver la fotografía de un vestido para
reproducirlo. Trata de inventar una historia; el ojo de porcelana lo martiriza;
comienza a imaginar escenas y hasta a ponerles diálogos; la ambición de la
sastra, espoleada por una madre voraz, de atrapar al muchacho doliente,
heredero de una gran fortuna. Imagina a la joven y a su madre, invitadas de
tercera clase, en algunas reuniones admirando los vestidos salidos de los grandes
talleres de París, y también los que ellas habían cortado y cosido con sus propias
manos. Cada vez que descubrían uno de los suyos cambiarían miradas de
complicidad y júbilo.El novelista piensa en los siguientes movimientos de su heroína, comienza a estilizar mentalmente el lenguaje, supone que terminará ese relato en unos cuantos días para volver a la trama abandonada en Madeira, a sus personajes, a la sastra (ya despojada de su amiga teósofa), a la explosión de dinamita, a los ejercicios del joven herido para recuperar los movimientos, a sus caídas, a las crueles disciplinas a que era sometido, sin poder imaginar que los triunfos y tribulaciones de Chiquitita durante su estancia en Córdoba no terminarían tan pronto, que la historia recién iniciada se iba a transformar en una novela con la que debería convivir durante varios años y donde acaso aparecerían un joven ganadero de Tierra Blanca, Veracruz, quien por hacer uso indebido de la dinamita quedó tuerto y paralítico, y una astuta costurera del lugar decidida a apoderarse de él y de sus bienes. Con el tiempo, el novelista llegará a olvidar que esa historia surgió de una cena en la Embajada portuguesa de Praga. Y si alguna vez ese acto social lograra penetrar en su memoria sólo recordaría vagamente a una embajadora, pensaría que francesa por haberse desbocado en un monólogo interminable sobre la alta costura de París y sus más célebres nombres. En fin, consideraría aquel incidente como uno de tantos momentos de la rutina diplomática donde se tenían que oír descripciones exasperantemente minuciosas de lugares y situaciones para olvidarlas un instante después, y jamás lo relacionaría con la aparición de Chiquitita, sus percances en Córdoba y su denodada lucha para vencer, haciendo uso de recursos humanos, de tretas inauditas y de ayudas astrales, a sus parientes enemigos hasta recuperar la parte de la herencia que le pertenecía y también una porción de la que no le correspondía. Un novelista se sorprende ante la repentina aparición de un personaje no invitado, confunde a menudo las fuentes, la migración de los personajes, la transmutación de los karmas, para citar a Chiquitita y también a Thomas Mann que mucho entendía de esas sorpresas.
ESCRITO POR
Alejandro
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¿Así que quieres ser Escritor? - Charles Bukowski
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| Charles Bukowski |
Si no te sale ardiendo de dentro,
a pesar de todo,
no lo hagas.
A no ser que salga espontáneamente de tu corazón
y de tu mente y de tu boca
y de tus tripas,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte durante horas
con la mirada fija en la pantalla del ordenador
ó clavado en tu máquina de escribir
buscando las palabras,
no lo hagas.
Si lo haces por dinero o fama,
no lo hagas.
Si lo haces porque quieres mujeres en tu cama,
no lo hagas.
Si tienes que sentarte
y reescribirlo una y otra vez,
no lo hagas.
Si te cansa sólo pensar en hacerlo,
no lo hagas.
Si estás intentando escribir
como cualquier otro, olvídalo.
Si tienes que esperar a que salga rugiendo de ti,
espera pacientemente.
Si nunca sale rugiendo de ti, haz otra cosa.
Si primero tienes que leerlo a tu esposa
ó a tu novia ó a tu novio
ó a tus padres ó a cualquiera,
no estás preparado.
No seas como tantos escritores,
no seas como tantos miles de
personas que se llaman a sí mismos escritores,
no seas soso y aburrido y pretencioso,
no te consumas en tu amor propio.
Las bibliotecas del mundo
bostezan hasta dormirse
con esa gente.
No seas uno de ellos.
No lo hagas.
A no ser que salga de tu alma
como un cohete,
a no ser que quedarte quieto
pudiera llevarte a la locura,
al suicidio o al asesinato,
no lo hagas.
A no ser que el sol dentro de ti
esté quemando tus tripas, no lo hagas.
Cuando sea verdaderamente el momento,
y si has sido elegido,
sucederá por sí solo y
seguirá sucediendo hasta que mueras
ó hasta que muera en ti.
No hay otro camino.
Y nunca lo hubo.
ESCRITO POR
Alejandro
Escribir literatura y poesía es una forma de encontrarse a uno mismo, de reencontrarse. Es un modo de pactar en silencio y en secreto con los dioses y las musas. Haciendolo desde esta comarca que sueña con ser un día Imperio.










